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¿PARA QUE ME INTERESA CONOCER A DIOS?


Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado (palabras de Jesucristo en Juan 17:3).

Si quieres entablar una relación con un rey, tienes que aceptar las exigencias de su realeza. No puedes dirigirte a él de cualquier manera. No puedes pasar por alto el protocolo de la corte. Los funcionarios de palado te enseñarían rápidamente la puerta de salida. Tienes que relacionarte con él tal y como es. No puedes exigir que deje de lado sus prerrogativas para relacionarse contigo. Tú eres quien debes ajustarte a las demandas de su majestad.

Lo mismo pasa con Dios. No podemos acercarnos a él descuidando la realidad de quién es, la gloria de su majestad, la infinitud de su trascendencia y las exigencias de su santidad. Hacer esto sería fabricamos un dios de bolsillo, un dios hecho a nuestra medida. Muchos lo hacen. Se inventan una divinidad a su propia imagen. Pero esto es una crasa idolatría. No es entablar una relación verdadera con el Dios que realmente existe.

En otras palabras, no podemos relacionarnos con Dios sin sometemos a su señorío legítimo. Hay, pues, un precio que pagar si queremos conocerle. Tendremos que estar dispuestos a afrontar sus exigencias de arrepentimiento y conversión, de sumisión y obediencia, de adoración y servicio. Para ello, tendremos que renunciar a nuestro egocentrismo y a nuestra carnalidad, y reconocer gozosamente que él manda, no nosotros.

Esto nos obliga a considerar otra pregunta. ¿Realmente me interesa conocerle? Evidentemente, si Dios no existiera, someterme a tales sacrificios y humillaciones sería el colmo de la necedad. ¿Qué razones, pues, podemos aducir por las que nos interesa conocer a Dios? ¿Por qué emprender su búsqueda?

Sencillamente, porque Dios, si existe, es por definición la realidad suprema de la vida. Si él es nuestro creador, autor de todo cuanto existe, cae por su propio peso que ignorar su existencia es descuidar la mayor realidad de nuestra vida. Vivirla a sus espaldas es levantar castillos en el aire, crear cosmovisiones edificadas sobre premisas erróneas y perder la dimensión más significativa de nuestra existencia. Es reducir la "vida abundante" ofrecida por Jesucristo (Juan 10:10) a una mera existencia animal sin trascendencia y, finalmente, sin sentido.

Por eso, dirigiéndose al Padre en oración, Jesús pudo decir: (Al Hijo del Hombre) le diste autoridad sobre todo ser humano para que dé vida eterna a todos los que tú le has dado; y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti (Juan 17:2-3). Hay una clase de vida que no es más que una pobre existencia temporal; hay otra que se describe como vida eterna. El verdadero valor de esta última consiste en el conocimiento de Dios.

Igualmente, el apóstol Pablo les advierte a sus lectores acerca de los peligros de una vida materialista y, luego, procede a instarles a que sigan la vida abundante en Dios: Que sean ricos en buenas obras, generosos y prontos a compartir, acumulando para sí el tesoro de un buen fundamento para el futuro, para que puedan echar mano de lo que en verdad es vida (1 Timoteo 6:18-19). Hay una vida que no se merece ese nombre; la vida que vale la pena es la vida centrada en Dios.

O, para decir lo mismo de una manera negativa, no llegar a conocer a Dios es perder el mayor sentido de la vida: No hay quien busque a Dios; todos se han desviado, a una se hicieron inútiles (Romanos 3:11-12). Una vida sin Dios puede aparentar ser fructífera en muchas áreas; pero, en última instancia, es una vida coja, incompleta, mediocre y pobre. Es una vida inútil, malgastada y echada a perder. Como consecuencia, está destinada a conocer la perdición eterna, a ser tirada en el basurero en el que acaba todo lo inútil, el infierno.

Por eso mismo, el apóstol Pablo, una vez que hubo descubierto el conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Cristo (2 Corintios 4:6), dedicó todo su empeño a proseguir aquella búsqueda de Dios, hasta el punto de estar dispuesto a renunciar y a sacrificar todo aquello que pudiera impedirle llegar a su meta, la de conocer a Dios a través de Jesucristo: Estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por quien lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo ... y conocerle a él (Filipenses 3:8-10).

A los creyentes no nos sorprende en absoluto que la gente que nos rodea se caracterice por la frustración, el aburrimiento, la frivolidad, el escapismo, la alienación, y por una vivencia sin sentido y sin rumbo. No es de sorprender, sencillamente, por lo que acabamos de decir: que quien vive de espaldas a la mayor realidad del universo se condena a sí mismo a no encontrar nunca el propósito, la dirección y el sentido de su vida.


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"¿Qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo" (Hechos de los Apóstoles 16:30-31)
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